El uso creciente de la inteligencia artificial (IA) plantea un dilema medioambiental: sus centros de datos consumen agua y energía, mientras algunos defienden que la IA puede reducir emisiones. Organismos y expertos españoles piden regulación y transparencia.
La inteligencia artificial está avanzando a gran velocidad. Pero trae consigo un lado negativo. Ese lado tiene que ver con el impacto ambiental. Un artículo de El País menciona que los centros de datos grandes, los que guardan modelos de IA, necesitan cantidades enormes de agua solo para enfriarse. Por ejemplo, Microsoft parece haber consumido alrededor de trece mil millones de litros de agua en sus instalaciones. Y más de la mitad de esa agua se evaporó sin usarse.
El tema del consumo de energía resulta igual de preocupante. Un informe que cita Euronews España indica que la demanda eléctrica de estos centros podría doblarse en los próximos cinco años. Eso pasaría si no se hace nada al respecto. La Agencia Internacional de la Energía advierte sobre emisiones extras que esto podría causar. Aun así, destaca que la IA tiene chances de bajar las emisiones de CO dos si se aplica bien. Por ejemplo, optimizando procesos en industrias o haciendo redes eléctricas más eficientes. O incluso mejorando los modelos del clima.
En España, este problema no queda solo en teoría. La plataforma PNAV, conocida como Algoritmos Verdes, muestra que todo el ciclo de la IA genera impactos. Desde entrenar los modelos hasta ponerlos en marcha. Muchos de esos efectos pasan inadvertidos la mayor parte del tiempo. No solo implica gasto de energía. También produce emisiones y usa agua. Y el agua escasea cada vez más en varias regiones.
Todo esto ha llevado a discutir regulaciones claras y acciones para la sostenibilidad. Según iAgua, la Unión Europea ya prepara normas para controlar el uso de agua y energía en la IA generativa. El fin es poner reglas más ecológicas en los centros de datos. Además, en España hay investigadores que sugieren certificar hardware y software responsables con el ambiente. Como chips que consumen menos o algoritmos pensados para una IA más verde.
El debate no se queda en cifras puras. También surge un dilema ético. Un informe reciente de ECODES y el Observatorio de la Comunicación del Cambio Climático habla del riesgo en usar IA generativa para crear contenido sobre clima de manera automática. Sin una supervisión adecuada, eso podría dañar. Podría restar seriedad al periodismo y diluir la responsabilidad de reportar sobre la crisis climática.
En fin, la IA podría ayudar mucho a la sostenibilidad si se diseña y usa con cabeza. Pero su marca en energía y agua demanda un esfuerzo serio de empresas y gobiernos. Sin reglas sólidas y un impulso a tecnologías limpias, ese futuro inteligente podría salir caro. En recursos, en ética y en el clima mismo.

